
En esta tesitura se encuentra Alejandro, con DNI en Mula y el ADN concentrado por entero en Calasparra. Me escribe este lector que está loquísimo por su chica y que, hasta hace unas semanas, se creía capaz de enfrentarse a cualquier bache por ella. “Sin embargo, no había contado yo con Isidro, que no se aparta ni por un minuto de Isabel. Al principio me lo tomé como otro de los caprichos de mi chirrete”. Amigo mío, nunca infravalores a quien pueda levantarte la liebre, sobre todo si tratas a la liebre como si fuera una pescailla. Sigamos. “Comencé a sospechar que algo grave sucedía cuando Isidro empezó a hacer inquietantes ruidos guturales cada vez que me acercaba a mi novia, que se empeñaba en defenderle. Ni siquiera podía cogerla de la mano. Llegué a ponerme Trankimazín bajo la lengua antes de darle un beso y salir corriendo, ¡porque si Isidro nos veía se lanzaba a por mí!”. Tal vez por falta de maña, a Alejandro le resultó imposible impedir que los problemas se colaran en el dormitorio. “Era el único sitio donde me encontraba realmente tranquilo y sin presiones junto a Isabel. El miércoles eso también se acabó: mientras le hacía el amor apasionadamente caí en que Isabel miraba sonriendo a un lado de la habitación... ¡era él, ese maldito gato estaba relamiéndose los bigotes mientras nos observaba! Y lo peor... ¡parece que a ella le gusta! Ya no deja que la sobe si no está presente el maldito felino del diablo”. Éste es un caso claro de bestialismo voyerista. Contrariamente a las creencias la zoofilia no tiene que ser física para existir. Una de dos, Alejandro: o cambias tu moral o de sardinilla.
Imagen: www.flickr.com
Cartas: sexoalsol@hotmail.com
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