miércoles, 19 de agosto de 2009

El fuego quema

Parece una obviedad, lo es, pero no siempre lo recordamos, y no lo digo por los cientos de hectáreas que arden en nuestro país. Ventura ejemplifica la idea que hoy deseo trasmitirles: “Antes de empezar las vacaciones mi mujer decidió que no podía seguir fingiendo orgasmos, así que se largó con mi peluquero. Claro, yo sabía que se metían a la sala de depilación para que Nuria saliera con pubis y aledaños despejados, tranquilo por el mito del hombre con tijera. Qué iluso. Lejos de deprimirme por siete años malgastados y las tarjetas fundidas en cartucheras, pechos y otros retoques de mi ex, decidí usar lo que Nuria me dio en estos años: unos preciosos músculos (yo debía combinar con su talla cien). Con toalla, Ray-Ban y protección solar me fui a Calblanque a darme un festín de miradas y, tal vez, un revolcón. Me puse crema mientras observaba lo que se cocía a mi alrededor. Era la primera vez que enseñaba mi instrumento en público, así que mal disimulé antes de quedarme en pelotilla. Yo estoy muy bien dotado (no sé de qué se quejaba Nuria), así que pronto tuve a un par de féminas calculando lo que se podría hacer con este p…”. Me encanta cuánto te valoras, amigo mío. “Opté por un remojón y un paseo por toda la orilla para anunciarme. Cuando ya no pude aguantar las lágrimas de lo que me quemaba el pene salté al agua. Y allí estaba ella. Me guiñó un ojo y se acercó: “¿me atas el bikini?”. Empecé a hacer el lazo cuando restregó su culo en mis partes una y otra vez. No pude resistirme y lidié ese toro. Ahora, cuando volví a casa me dolía tanto el pene que tuve que ir a urgencias. Aún sigo en tratamiento”. Dos detalles importantes: no por prominentes tus genitales están exentos de quemarse al sol. Ese rapidillo y el agua de mar no hicieron sino empeorar las cosas. Te faltó la protección, y no sólo la solar. Muy mal.

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