
“Mi novia tiene una verdadera peluca allí abajo. Parece salida del anuncio del 11811. Dice que es una tradición familiar iniciada por su bisabuela, quien tuvo que ejercer de modelo de un pintor de desnudos para poder comer, así que para mantener sus vergüenzas intactas al ojo humano (ni el bisabuelo tenía permiso), se llegaba a estirar el vello púbico. Así que no puede romper esa costumbre seguida por su abuela y su madre, yo qué sé”. Esto por sí solo tiene un reportaje, amigo mío. Pero centrémonos, pues el problema no es sólo cuestión de estética, que también: “No puedo decir que no pase cierta vergüenza con el espectáculo que montamos cada vez que vamos a la playa, ya que le encantan los tangas. Ella es muy digna y cabezona, así que siempre me obliga recorrer toda la orilla de la playa, de cabo a rabo. Mira que tiene un cuerpazo, pero la gente ni se fija, sólo tiene ojos, risas y susurros para su pelucón. Sin embargo, mi cruz va más allá. Y es que cada vez que trato de practicarle sexo oral, mi lengua se lía tantísimo con esos pelos que lo único que consigo es parecerme a mi gato cuando tose antes de vomitar una bola peluda. Ni te cuento para penetrarla, a veces hasta le tengo que poner pincicas, no veas los arañazos que me hacen”.
Casi te diría de comprarte esas hierbas que venden para que los mininos se purguen, aunque con aceite de sésamo bastará. Tu novia tiene una excesiva lealtad hacia su bisabuela, lo que le impide tomar sus propias decisiones sobre su vello púbico. Ella cree que si deja de mantener ese 8.000 en el Monte de Venus desertará de sus ancestros. Eso es lo que hay que trabajar. Tiene que entender que su obsesión por el pasado le puede estropear vuestra relación, y que recortarse no supone traición a su bisabuela, sino una obligación con la salud pública. Proponle que comience ella su propia tradición familiar dejándose ver.
No hay comentarios:
Publicar un comentario