
Para nuestro felino comunicante, pues, la zapatilla es un entidad que por sí sola logra excitarlo sin necesidad de que vaya enfundada en un pie (aunque eso aumente la libido), porque la zapatilla, y no la persona que la porta, es lo que le sube la bilirrubina a nuestro lector, como cada fetiche a su fetichista.
Damián va un pasó más allá para introducirnos en el ‘shoeplay’: “Muchos hombres nos ponemos pero que muy graves cuando sentados, por ejemplo, en una terraza frente a una cerveza, vemos cómo la chica de al lado se quita parcialmente el zapato (si es de tacón mejor) y lo mece ligeramente con los dedos de los pies. Es que me pongo malo. Ellas lo hacen de manera inconsciente, pero para nosotros es toda una provocación en público”. Esto sería una respuesta más que acertada para Norah: “No puedo ir con mi marido por la calle, es insoportable. Si hacemos cola para echar el Euromillón, siempre se queda mirando los pies toda mujer que pase por el perímetro... ¡y lo hace babeando! Lo mismo en el súper, el banco, Alfonso X o El Malecón. ¿Qué narices tienen los otros pies que no tengan los míos?”. Seguramente una buena pedicura. Deberíais acudir a un psicoanalista para reprogramar el talismán de la excitación.
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