viernes, 14 de agosto de 2009

Erecciones maleables

“Me casé con el hombre más fogoso del Caribe”. Así comienza su correo Vanesa, quien hace 42 años conoció en un chiringuito de Águilas a Ronnie, un puertorriqueño con el que terminaría casándose. Resumiendo, amiga Vanesa, porque el espacio nos limita, el deseo de esta lectora es compartir una duda: “desde el principio nos lo pasábamos pipa en la cama, de la que no salíamos muchos fines de semana, parriba, pabajo...”. Ya se imaginarán ustedes. La edad, qué le vamos a hacer, pasa facturas subiditas de IVA. “A los sesenta años dio un bajón en todos los sentidos, y aunque era muy imaginativo no hubo manera, me quedé sin bacalao. Sin embargo, hizo un viaje a su país para ver a su gente, me dijo, y a la vuelta... ¡le funcionaba! Aunque la tenía un poco más blanduja y necesitaba un par de minutos a solas en el baño. Decía que fue de quitarse el peso de la añoranza. Nunca le creí, pero para qué discutir, si estábamos tan bien. Salvo por una cosa: desde entonces no me deja arrimarme al escroto. ¿Qué crees que ha sucedido?”.
A mí esta historia me encanta porque es un estimulante ejemplo entre muchos de que disfrutar del sexo no es cuestión de edad, sino de voluntad. Y haces bien en dudar de la añoranza, amiga mía, porque me da a mí que entre placer y orgasmos hay algo de mecánica y no sólo motivos psicológicos. Yo creo que Ronnie sufría de disfunción eréctil por fallo orgánico, así que decidió actuar en consecuencia: acudió a Puerto Rico para que le implantaran un dispositivo inflable, que consiste en dos cilindros en la cavidad cavernosa del pene, un pequeño depósito con líquido estéril y una pequeña bomba en el escroto que lo hace fluir un hasta los primeros; el líquido vuelve al depósito apretando el pene y ahí acaba la erección. Más del 80% de los implantados tienen relaciones sexuales placenteras. De modo que Vanesa, que da lo mismo si no entendió nada de este artículo. Usted a disfrutar.



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