“Me casé con el hombre más fogoso del Caribe”. Así comienza su correo Vanesa, quien hace 42 años conoció en un chiringuito de Águilas a Ronnie, un puertorriqueño con el que terminaría casándose. Resumiendo, amiga Vanesa, porque el espacio nos limita, el deseo de esta lectora es compartir una duda: “desde el principio nos lo pasábamos pipa en la cama, de la que no salíamos muchos fines de semana, parriba, pabajo...”. Ya se imaginarán ustedes. La edad, qué le vamos a hacer, pasa facturas subiditas de IVA. “A los sesenta años dio un bajón en todos los sentidos, y aunque era muy imaginativo no hubo manera, me quedé sin bacalao. Sin embargo, hizo un viaje a su país para ver a su gente, me dijo, y a la vuelta... ¡le funcionaba! Aunque la tenía un poco más blanduja y necesitaba un par de minutos a solas en el baño. Decía que fue de quitarse el peso de la añoranza. Nunca le creí, pero para qué discutir, si estábamos tan bien. Salvo por una cosa: desde entonces no me deja arrimarme al escroto. ¿Qué crees que ha sucedido?”.A mí esta historia me encanta porque es un estimulante ejemplo entre muchos de que disfrutar del sexo no es cuestión de edad, sino de voluntad. Y haces bien en dudar de la añoranza, amiga mía, porque me da a mí que entre placer y orgasmos hay algo de mecánica y no sólo motivos psicológicos. Yo creo que Ronnie sufría de disfunción eréctil por fallo orgánico, así que decidió actuar en consecuencia: acudió a Puerto Rico para que le implantaran un dispositivo inflable, que consiste en dos cilindros en la cavidad cavernosa del pene, un pequeño depósito con líquido estéril y una pequeña bomba en el escroto que lo hace fluir un hasta los primeros; el líquido vuelve al depósito apretando el pene y ahí acaba la erección. Más del 80% de los implantados tienen relaciones sexuales placenteras. De modo que Vanesa, que da lo mismo si no entendió nada de este artículo. Usted a disfrutar.
Imagen: http://www.flickr.com/
Cartas: sexoalsol@hotmail.com
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