domingo, 30 de agosto de 2009

Exceso de confianza

Es viejo truco el de alcanzar lo que uno busca mientras distrae a los demás con sus encantos. No hace falta irse a Las Vegas, con echar camino a Santiago de Compostela basta y sobra. “Me llamo Enric, tengo veinte años y me la han metido doblada... en sentido figurado, por suerte. Soy un chaval independiente, resolutivo, espabilao. He viajado sin compañía a Japón, Brasil, Filipinas, Bolivia... y en ninguno de estos destinos me dejé tomar el pelo. Creo que bajé la guardia por estar en mi propio país, me confié y no la vi venir.
Los que lo han recorrido aseguran que el Camino de Santiago tiene una especial atracción que te mantiene en extraña sintonía con la naturaleza que te rodea, incluso con los demás caminantes. Así medio en éxtasis, y tras once días de caminata, me planté en un albergue de Portomarín muy tarde para encontrar cama, pero decidí probar suerte. Me recibió una recepcionista de melena oscura, ojos verdes y sonrisa irresistible. Como esperaba, me dijo que no quedaba sitio, así que le puse cara de pena, le rogué un poco y voilà: donde duermo hay dos camas, pero tienes que irte muy temprano, porque si me pillan me quedo sin trabajo. Me creí irresistible. Entramos a su habitación, solté la mochila y fui a darme una ducha. Al volver Tina me había preparado un tinto de verano muy suave, según ella. Empezamos a beber, reír, ella a agrandar un poco más su escote, yo a sudar, ella a servirme más tinto... y como nunca bebo, pronto perdí el control. Me desperté con una sonrisa, pues estaba desnudo y en su cama. Me di la vuelta y... ni rastro de la chica. Alarma. Me levanté. Mi mochila, mi ropa, mis zapatos, todo había desparecido. Traté de salir, pero me había dejado bajo llave la muy... El dueño me encontró de tal guisa tres horas más tarde”. Prudencia: en territorio ‘comanche’ no hay que ser tan confiado ni creerse la última cocacola del desierto.

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