
No hay duda: hablamos de intercambio de parejas, lo que requiere una previa y fluida comunicación entre los miembros de la misma para que el hecho consentido de practicar sexo con otra persona, conocida o no, no se convierta en el final de la misma. Puede que muchos lectores rechacen esta experiencia, o como mucho se le antoje como fantasía sexual realizable únicamente mediante activación cerebral. No es el caso de Ana y Gustavo, quienes realizaban prácticas sexuales con terceros desde hacía unos años, lo que no les valió para evitar un terrible desenlace: “Antes de conocernos ya habíamos hecho nuestros pinitos por nuestra cuenta, así que cuando Gustavo y yo empezamos a salir, lo primero que hicimos fue contarnos nuestras experiencias (lo que de por sí nos valió como enérgico afrodisíaco), las que aún no habíamos hecho por falta de tiempo y las que jamás pondríamos en práctica. El intercambio de parejas no era una de ellas para ninguno de los dos. Iniciamos nuestras aventuras sexuales con pequeñas orgías con pérdida de identidad: sencillamente, todos llevábamos una máscara que nos cubría toda la cabeza, de manera que no había que preocuparse por si ‘lo conozco’, ‘me lo encontraré por la calle’ o ‘ese es el cabrón que se folló a mi mujer’. Una noche nuestros mejores amigos, con los que compartíamos gustos pero aún ninguna aventura sexual, nos invitaron a un local de intercambio de parejas y aceptamos muy ilusionados. Era muy excitante participar en ese juego previo de miradas escrutadoras (algunas más bien escrotadoras) con proposición inminente. “Lo encontré, ese tipo canoso que ahora está de espaldas”, le dije a mi marido. A él le gustó su señora, así que me fui con el caballero de las manos de oro. Cada uno por nuestro lado nos lo pasamos de vicio [nunca mejor dicho], pero en el reencuentro... Gustavo quedó lívido al ver la cara del tipo: era su jefe, a quien jamás hubiera querido en sus fantasías. Se despidió del trabajo y de mí”.
Imagen: http://www.flickr.com/Cartas: sexoalsol@hotmail.com
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