
Lo crean o no, lo que cuenta nuestro lector es tan real como la peluca de Michael Jackson, aunque cueste de creer: “Me eché de novia a mi mujer con catorce años, lo que me daba el privilegio de poder acompañarla a casa tras las lecciones de Historia y Geografía del padre José. Empezamos a darnos la mano con dieciocho, siempre bajo la atenta mirada de mi tía Ramona, nuestra incómoda sombra allá donde fuéramos. Y por fin, un diez de enero de 1961, nos dimos un sí quiero sin beso, pues la mirada de la tía Ramona se había convertido en un excelente inhibidor de contacto entre humanos. Como es lógico, nuestra noche de bodas fue un desastre, sexualmente hablando, y el comienzo de una larga cadena de naufragios que no entendíamos. Con la luz apagada, porque Ramona le había dicho a mi mujer que si me veía el sexo se quedaría seca (infértil), yo busqué donde plantar la semilla. Creí encontrar la vía, pero por mucho que empujaba no había manera de entrar, y a mi mujer le producía tal dolor que en pocos minutos ya estábamos durmiendo (bueno, yo tardaba un poco más). Tras un año de sexo fallido decidimos consultar al ginecólogo, que nos curó con cinco palabras: por el ombligo no, hombre”.
Imagen: http://www.flickr.com/
Cartas: sexoalsol@hotmail.com
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