Síndrome del examinador de autoescuela. Con esta curiosa forma se conoce esa postura que muchas mujeres toman ante las relaciones sexuales, pues de toda la vida de dios han creído que el único que debe trabajar en la fábrica de los orgasmos es el hombre, que para eso tiene el timón entre sus piernas. Ellas se quedan siempre esperando a que les hagan, pues con que el muchacho la meta tiene suficiente recompensa al regalo de que se le permita explorar entre los encantos femeninos. Y no hablamos de mujeres inexpertas que no saben muy bien por dónde empezar.
Esta cómoda postura ha llevado a muchísimas mujeres, no sabemos de qué modo, y al igual que a nuestra lectora África, al convencimiento de que el hombre tiene un único punto G: la punta de su miembro sexual. Falsa, mito, errónea, perversa y mata pasiones es esta creencia que aún pervive.
Romperé una lanza en pro del sexo masculino explicándole a nuestra querida lectora que el macho humano tiene una red nerviosa tan enrevesada como la de la hembra, no idéntica pero similar, pelitos en el cuerpo y una mente capaz de crear, emular imágenes eróticas.
Sin distinción de sexos, amiga África, las zonas de nuestro cuerpo que con buenas caricias nos ponen a mil doscientas revoluciones, a parte los genitales, son: el cuero cabelludo (razón por la que existe el orgasmatrón), los ojos (ay, esos besos en los párpados), los oídos (susurros, bocaditos, un soplo o lametón), los labios de la boca (eso lo sabemos todos), la lengua (primer juguete sexual de la humanidad), el cuello (qué escalofríos…), la axila (para los no quisquillosos), el pezón (el primer botón al que se suele acudir), la espalda (más caricias), la cintura (a las puertas del paraíso), el ombligo (que no es posible perforar, como algunos piensan), el ano (la asignatura pendiente de los hetero-macho-men), los muslos (un placentero juego cerca de nuestro sexo), los pies (con sus veinte dedos para comérselos) y, para terminar, lo que personalmente a cada uno le guste que le toquen. Sin olvidar el habla, porque decir ciertas cosas en esos momentos íntimos y previos a la penetración pone el horno a quemar bollos. Prueba este trabajo y querrás cotizar más allá de los sesenta y siete.
Publicado en La Opinión de Murcia 13 julio 2011
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