El mundo está plagado de hombres que exculpan sus infidelidades con el embarazo de sus señoras, aduciendo argumentos tan pobres como ridículos del tipo “es que un macho humano no puede estar nueve meses sin mojar, nos volveríamos locos, se nos reventarían los testículos, se nos cortaría el semen cual nata caducada”. Esto la risión, que diría mi primo el huertano. ¿Y quién les ha prohibido las inmersiones durante la gestación? Pues seguramente muchas mujeres que tampoco se quedan atrás, y que son las que evitan las relaciones sexuales mientras están preñadas por miedo a que el feto sufra daños físicos y emocionales.
Vamos a ver si nos centramos, criaturas, y nos buscamos excusas nuevas para próximas estocadas. Mantener relaciones sexuales durante la gravidez no es ni peligroso ni dañino para nadie, siempre que no nos encontremos ante un embarazo de riesgo. Es más, se trata de un periodo especialmente excitante, pues las mujeres experimentamos un subidón total de hormonas que nos pone a mil doscientos por segundo. Hasta afirmaría que no hay momento tan idóneo que aprovechar para ampliar nuestro repertorio, especialmente en el segundo trimestre.
El mito afirma que el sexo durante el embarazo es doloroso o incluso que el feto sabe perfectamente lo que sus papás están haciendo mientras lo hacen. Qué gilipollez. Si fuera cierto, ningún niño haría la típica y temida pregunta de “papá, ¿de dónde vienen los niños?”, pues ya habrían vivido el ‘making of’ antes de nacer.
No negaremos que las nauseas iniciales y los malestares hacia el final del embarazo pueden hacer decaer nuestro interés por el sexo. En este caso ambas partes deben solidarizarse, satisfacer y satisfacerse en la medida que se pueda y, lo más importante, pensar que no hay mal que cien años dure ni cuerpo que lo resista.
Pero el mito simbiótico sexo-versus-embarazo se prolonga tras el nacimiento de la criatura, ya que también es común la creencia de que tras el parto la vagina se vuelve tan ancha que es imposible la existencia de fricción entre genitales. Otra burra que debemos mandar al matadero. Durante el parto la vagina se despliega, pero tras éste vuelve a su estado original. Con ejercitar un poco el perineo sobra para recuperar la tonicidad natural. ¡Ay, qué imaginación tan limitada!
Publicado en La Opinión de Murcia 24 julio 2011
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