martes, 9 de agosto de 2011

Gragea proscrita

En ocasiones, por proteger a sus polluelos la madre gallina les pica el coco para que no piensen en hacer tonterías, y claro, ya sabemos que los polluelos sin cerebro terminan empotrados contra un muro porque al no tener neuronas no pueden pensar en apartarse. Madres gallinas del mundo entero y del murciano en particular: no intenten evitar que sus pichonzuelas copulen porque van a terminar haciéndolo igualmente, por mucho que les metan en la cabeza ideas tan absurdas como peligrosas del estilo “no tomes la píldora, nenica, que te va a salir un cáncer de tó por tó”. Y claro, previamente les habrán advertido sobre los peligros que tienen los rayos X y de los penes, a los que no hay que acercarse ni en foto.

Es egoísta esto de querer retrasar para otros de forma artificial aquello que usted descubrió y disfrutó sin más trauma que el de no saber cómo manejarse al principio del inicio. Las mentiras terminan por provocar males mayores. A Eloísa su madre le advirtió durante años de las píldoras anticonceptivas no podían traer nada bueno: “como te las tomas te va a castigar El Señor por impúdica y por matar a un niño con un cáncer, una malformación o peor, se te va a hinchar el potorro hasta reventar”. ¿Matar a quién? Cuánto daño le ha hecho al mundo la ignorancia (hoy se lo hace la sapiente indiferencia).

Vamos a ver si nos centramos, madres eloisianas. La píldora anticonceptiva no genera enfermedad cancerígena alguna para quien la toma, como tan mal se ha transmitido. Todo lo contrario. Las mujeres que la consumen al menos durante ocho años reducen en más de un doce por ciento las posibilidades de desarrollar esta temida enfermedad. Tampoco conducen a sus usuarias a convertirse en la nueva ‘fat actress’ Kristie Alley, todo lo más retienen un poco de líquidos, fácilmente combatible con ejercicio. Ni qué decir tiene que la edad a la que se toma no es un peligro, sí puede serlo para fumadoras, hipertensas o con algún tipo de medicación incompatible, por eso la última palabra la debe pronunciar el ginecólogo, que para eso estudió doce años. No dan dolor de cabeza ni disminuyen las ganas de darse una alegría al cuerpo. Valen para lo que sirven de forma intachable.

Publicado en La Opinión de Murcia el 9 de agosto de 2011

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