jueves, 18 de agosto de 2011

Los misterios de Laura

Lo misterioso nos seduce, nos empuja a querer descubrir lo que nadie antes ha sido capaz de desenmascarar. Tanto monta y tanto quiere montar que con tal de convertir la sencillez en una falsa trama complicadísima, que muchos se lían a buscar tesoros donde nunca jamás nadie los ocultó.

A los Indiana Jones del sexo que me han escrito y a los que les pueda llegar este ejemplar a las manos, les voy a dar un disgusto muy grande, porque van a tener que borrar de la lista de misterios a resolver el del origen del orgasmo femenino.

Desde que el hombre comenzó a pensar en porqué el cuerpo se comportaba como lo hace mientras mantiene relaciones sexuales o recibe cierto tipo de estimulaciones, y hasta que existieron los títulos universitarios de especialistas en ginecología, hombres y mujeres estaban convencidísimos de que estas últimas tenían dos tipos de orgasmos: el producido por un buen masajeo del clítoris y el originado por el mete y saca de objeto pertinente en la vagina, con la polémica del punto G de por medio en la que ya no vamos a entrar porque está más que estudiada.

Por muy avanzados y civilizados que nos creamos, siguen existiendo seguidores de Santa Claus que buscan con insistencia el botón diferenciador de cada uno de estos supuestos dos tipos de clímax. Siento ser la que os destroce el pastel, pero orgasmo existe sólo uno. Es como lo del bostezo, que ya sea por hambre o por sueño, es bostezo y nada más. Pues eso le pasa al orgasmo, que lo mismo le da que le estimulen por el clítoris, que por la vagina o ambos incluidos (y si quieren que se apunten otros parajes erógenos) pues dicha estimulación llegará a las mismas vías y centros nerviosos ‘culpables’ de que el placer corone la cima.

¿No se lo creen? Pues les vamos a dar más en qué pensar con la experiencia de Laura: “Tengo diecinueve años y me preocupa que casi todas las mañanas me despierto sintiendo un orgasmo. ¿Es normal? ¿Me estoy convirtiendo en una ninfómana?”. Nada de eso, pues el clímax, que sólo es uno y único, a veces ni siquiera necesita del clítoris ni de la vagina, bastándole la húmeda y sana imaginación para hacer acto de presencia.

Publicado en La Opinión de Murcia el 18 de agosto 2011

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