miércoles, 24 de agosto de 2011

Terapia genital

El sexo puede ser una buena terapia contra los malos rollos, nos puede hacer olvidar cualquier preocupación si de verdad nos metemos en la cama sin ellas. No es casualidad que ya en 1972 un médico británico de nombre Alex Confort escribiera un alegato pro práctica titulado ‘La alegría del sexo’. ¿Quién puede sentirse mal con una relación sexual consentida, querida, sana? Y eso que no nos vamos a poner aquí a hablar de lo que fisiológica y químicamente aporta a nuestro bienestar psicológico.

Ahora bien, aquí viene la cuestión de hoy: ¿qué ocurre cuando usamos el placer sexual como terapia para conseguir maliciosas ganancias? No estoy hablando de las transacciones económicas con o sin chulo; tampoco de los que fuerzan y abusan (seguiría existiendo placer unilateral). A lo que yo me quiero referir es a esa creencia que muchos vierten sobre un sexo como ingrediente para cocinar el plato del éxito.

Es de todos sabido que tanto mujeres como hombres usan sus encantos y atributos para camelarse a la persona que le dará un empujón en su escalada profesional. Tampoco desconocemos el sexo como trampa para lograr el efecto completamente contrario, el de romper una carrera profesional, una reputación intachable hasta el momento, o simplemente realizar un chantaje económico.

Luego están los listos que pregonan sus poderes curativos para follarse a la primera o primero que, en su desespero, hace lo que le pidan con tal de salir milagrosamente de su agujero, cuyo resultado es siempre el mismo: el desastre. Así aconteció hace unos meses en un apartamento de Brooklyn, donde el ‘jetasacerdote’ vudú Nelson Pierre convenció a una clienta de que la mejor forma de atraer la suerte que había perdido hacía tiempo era realizar un ritual mete-saca. La señora, tan contenta, le pagó sus trescientos dólares y se quedó en pelotas “con las cuatro gomas pa arriba” sobre la cama, según declaraciones de un familiar. Se ve que el tal Nelson estaba haciendo un buen trabajo, pues con tanto movimiento una de las velas que rodeaban el lecho terapéutico cayó y prendió fuego a la estancia para propagarse rápidamente por todo el edificio. Resultados de la terapia: un muerto, cuarenta y siete familias sin hogar y la clienta a medias y sin su fortuna extraviada.


Publicado en La Opinión de Murcia el 21 de agosto 2011

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